Solo silencio, no hay más que silencio y el correr de las lágrimas por mis mejillas. Ya no estás tú. Cierro un capítulo que nunca hubiera querido cerrar, pero no hice bien las cosas y ahora no puedo permanecer como hubiera querido. Ahora la luz entra rompiendo la barrera que son las cortinas. No te tengo frente a mí. Ahora me siento en las sillas que tantas veces ocupé cuando de niño me acercabas a la mesa para ponerme el asado de los viernes.

No te lo niego, abuela, me pedias que no llorara, pero aquí estoy, sonándome los mocos y llorando a lágrima tendida. He venido a cerrar esta página tan crucial de mi vida. Aquí disfrute de lo más bonito de mi vida, que eras tú. He recorrido todos y cada uno de los rincones de tú casa. Hoy no suena la comida, no suena la llamada de tu hermana María. No hay muebles, todo es vacío, como el que esta casa me deja hoy, cuando de ella me despido. He necesitado venir para reencontrarme contigo. He necesitado venir para imaginarte como otras tantas veces te tuve hasta que aquel maldito ocho de marzo te fuiste al cielo de los justos, donde seguro estas.

Cuando de el último portazo a la puerta quedarán sepultados mis recuerdos. Ya no escribiré más páginas de esta historia. Se acabó el libro de tú casa. Se acabaron los recuerdos y los momentos al calor de las sayas y al olor constante a ese arroz con alubias que últimamente tanto me hacías. Lo recuerdo perfectamente, todavía conservo fotos en el móvil de ellos. Plato redondo, pequeñito, porque sino luego no comía en casa, círculo amarillo y el arroz hasta arriba porque, como tú decías: ¡yo no puedo comer y ver que tú no comes nada! ¡Cuánto amor en tan pocas palabras, abuela!

Cerraré la puerta por última vez y ya no volveré a asomarme a la ventana de tu habitación. En ella te busqué cada procesión, en ella te busqué cada despedida y cada salida de misa. Hoy tu habitación es silencio y solo el sonido del aire golpeando las ventanas rompe la pena que dejaste con tu partida.

Esta casa es mi vida. Aquí aprendí a enamorarme de Cieza cuando apenas era un bebé y mi madre me traía en el coche para poder ir a trabajar. Aquí escuché por primera vez el Himno de San Juan y comencé a entender que la Semana Santa es algo más que una Semana Santa. Aquí me enamoré de tu vejez, de tu piel perfecta, de tu garra, tú mal humor y tus fuerzas para seguir adelante, a pesar de tu edad y soledad. Aquí dormí tantas noches cuando venía de Santomera a pasar el fin de semana contigo. Aquí entendí que no habrá mejores Nochebuenas que las que tú nos dabas con ese olor a conejo frito y a ensaladilla rusa, la tuya, la única, la de mi Juana.

Cerraré la puerta. Me iré, pero antes volverá a recorrer cada rincón de esta casa. Ahora solo podré recordar que, gracias a estas paredes, conocí a la mujer de mi vida, aprendí a amarla como a ninguna otra, que la felicidad lleva tú nombre y que tú recuerdo estará siempre a mi lado hasta que nos volvamos a encontrar donde Dios quiera ponernos el uno frente al otro.

Gracias, Plaza Nueva, número 15, 1º. Fui tremendamente feliz aquí. Cuídate, ya eres parte de mi pasado. El pasado más feliz que nunca pude imaginar. Gracias.

Nos vemos en los rincones de la memoria, por donde la Juana pasea cada vez que la necesito.

La puerta se cerró por última vez. Aquí quedo, como un barco varado sin puerto en el que atracar. Mis mejores momentos quedan dentro de esa casa que me dio la vida tantas y tantas veces.