Y es que ayer, Nuestro Padre Jesús de Medinaceli volvió a tender su mano esclava al pobre desvalido, su morena tez fue el consuelo de las personas que ante sus plantas llegaban, unas bajo sus gafas de sol lloraban amargamente, otros solo le pedían que le cuidarán y le mantuvieran como estaban, y alguna que otra persona curtida en mil y una batallas con la aguja en la antigua Fábrica de Géneros de Punto decía con honra y con fuerza: ¡ESTE CRISTO ES MIO!. Y qué razón tenía la señora, pues gracias a una parte de su salario en 1.945 Cieza pudo recibir a una de las devociones más señeras de nuestra localidad. Y no lo digo yo, querido lector, lo dicen las piedras que conforman el Convento de San Joaquín, lo dicen los cirios encendidos y las oraciones que ayer se elevaron al cielo.
Ayer también pudimos recordar añejas estampas, pues cerca del Señor del Convento una mirada se alzaba al cielo, y una Madre lloraba desconsolada, una Madre que por otro lado reía, pues volvía a estar cerca de su hijo, aquel que desde 1.948 hasta 1.952 acompañó en las tardes del Viernes Santo ciezano. Y es que esta Dolorosa salió de las manos de un genio que con el sudor de su frente, sus gubias y sus pinceles escribió parte de la historia de este pueblo D. Manuel Juan Carrillo Marco. Dicha imagen actualmente está en la ciudad de Barinas ,cerca de Abanilla. A lo largo de toda la jornada las visitas fueron la fuerza que hacían latir como ningún otro día del año el Convento, esta fuerza se concentró a las ocho de la tarde en un nuevo Vía Crucis que recorrió la zona de la Cuesta del Chorrillo.
En dicho Vía Crucis de nuevo pudimos ver como la Fe adquiere cotas de realismo inimaginables, y es que a veces la vida tiene momentos duros, pero que con la presencia de una imagen se convierten en un valle de lágrimas, tal y como reza la conocida ''Salve'', y hacen de esos momentos más fáciles de llevar, a pesar de la dureza que suele acompañarlos. Entorno a las diez de la noche el Señor regresaba a su morada, y de nuevo pudimos ver que los ciezanos tienen marcados a fuego en su mente el primer viernes de marzo, cuando un hombre les espera, maniatado y coronado de espinas, un hombre que desde Madrid llegó para quedarse para la eternidad con las gentes de Cieza, un hombre que por nombre tiene Nuestro Padre Jesús de Medinaceli.
José María Cámara Salmerón
