El ciezano ha homenajeado a su pueblo. Lo ha hecho con mucho cariño, aunque confiesa que lo ha pasado mal escribiendo ‘La Vieja’. La obra donde con pinceladas breves dibuja el sentir de un pueblo. “
’La Vieja’ es Franco”, afirma. El nombre lo tomó de un personaje del pueblo conocido, que cuando falleció el dictador gritaba: “¡Se ha muerto la vieja, se ha muerto la vieja!”. Federico al escucharlo le entraron las prisas: “Rápido fui a casa porque teníamos una vieja, la tía Braulia y pensaba que se había muerto. Recuerdo que había confusión: unos lloraban, otros reían. Había miedo: mi madre y mi abuela se fueron a buscar comida, las tiendas estaban saqueadas. Esa misma sensación la viví en el golpe del 81.”
Se reconoce como un mal estudiante en el instituto, de hecho, le parecía un campo de concentración donde había una serie de grados: “Estaban intentando torturarme igual que el colegio. Yo no entraba a las clases, estaba en la calle.”Se desliza con tono serio pero en broma, juega todo el tiempo con el diálogo.
Los ojos de Kafka miran desde su pecho. En su camiseta luce la mirada del escritor de finales del diecinueve. Federico ha regresado a Cieza para presentar ‘La Vieja’. Lo escribe desde hace 30 años. Cuando se fue del pueblo tenía mucha nostalgia: “Sabía que me estaba yendo para siempre. Pensé en hacer un homenaje al pueblo, quería meter un micrófono que sirviera de altavoz para que los humillados y los ofendidos, que éramos todos, pudiéramos hablar.”
La obra se divide en tres partes. El núcleo original de la obra tiene en torno a veinte años. Se corresponde con la parte central y se titula igual que el libro (‘La Vieja’). Es una sucesión de cuentos a los que escamoteaba el final para no llegar nunca al esperpento o al tremendismo, aunque lo bordea siempre. “En esta parte me pongo a tergiversar las cosas que yo viví, que Cieza vivió. Esto es lo que éramos: nosotros, ni buenos ni malos ni mejores, lo que somos debido a los años de dictadura: la mala educación sentimental, el poco respeto que nos tenemos, y el tema de la religión como una imposición.” Esta parte está escrita como prosa poética. Se conforma una historia de monólogos interiores que le piden al lector que haga más esfuerzo. En cada cuento el autor mira a través de los niños y los viejos: “Los viejos están humillados por la edad y los niños no pueden humillar porque miran desde abajo. Con esto pretendía crear un ambiente alusivo que explicara lo que era una tremenda herida: los años de franquismo, y la mal llamada transición. Los españoles vivimos en un estado de posguerra constante: hay heridas abiertas que nunca se cierran.”
Federico escribe a través de la heteronimia: crea primero al personaje como escritor ficticio de la obra. En este caso dibuja a Ismael que es el escritor que regresa al pueblo de su niñez. Aunque la obra es biográfica porque bebe de las experiencias de Federico, él no se reconoce en Ismael: “Yo estoy más bien detrás de las niñas. Me considero perfectamente una mujer y no te asustes mama, soy heterosexual- arguye sonriendo-. El mejor poeta en castellano es san Juan de la Cruz y ponía siempre los poemas en boca de mujer. Yo siento que me crecen los ovarios. A veces siento que debería travestirme, me sale muy natural adoptar la voz femenina.”
El libro se lo dedica a Andrés el Pirulo. Lo recuerda a diario para que no muera en la memoria. “Como tenía tanta confianza con él le dije que el único nombre que no iba a cambiar iba a ser el suyo. Él era el único que no se enfadaría pasara lo que pasara.”
Federico explica que este libro molesta a la derecha y la izquierda: “En las editoriales me decían que quitara fragmentos, y me negué y ya se hartaron de mí, y yo de ellos. Se permiten la grosería de decirme lo que tenía que hacer y en eso soy intratable.” Hasta que alguien de la asociación de la Memoria Histórica se entero de que el libro existía. “Yo no tenía ni idea de que escriba sobre eso, solo escribía sobre mi pueblo.” Federico sostiene que ‘la Vieja’ sigue viva: “Franco está vivo aunque sea en el corazón de la derecha.” Tiene la muerte aceptada, aunque “morirá rabiando” porque le gusta mucho vivir. “No puedo rebelarme contra la muerte pero si contra los criminales y aquí tuvimos uno muy grande y seguimos teniendo junto con Camboya gente cuyos restos no han sido recuperados ni identificados. Independientemente de lo que fuera la guerra, que sabemos que son barbaridades, los que ganaron estuvieron 40 años más haciéndola.”
‘La Vieja’ ha tenido un efecto catártico. Aunque Federico lo tacha de “maldito” porque es el libro que más le ha hecho sufrir. “Me hizo polvo. Estoy muy contento de haberme desecho de él por lo duro que fue escribirlo, pero me enorgullece como ha quedado.”
Cieza está y no. Deliberadamente Federico ha querido que fuera un territorio mítico, como Macondo. Aún así el cura de entonces aparece en la obra: “Don Dionisio era cura y tenía relación con mi abuelo. Lo recuerdo así, como aparece en la obra: le besábamos el anillo, era duro de oído… Y que un cura se llame Dionisio, ¡es que no hay nombre mejor! Y como no lo hacía daño lo deje.” El resto de motes son parecidos a los del pueblo, pero el escritor nunca pensaba en ninguna persona en concreto.
En el libro explica de manera poética el drama de un pueblo dividido. Juega a veces con sus recuerdos y en algún personaje esboza hasta a algún miembro familia:”Mi abuela era una mujer de armas tomar y mi madre siempre estaba cosiendo, como en uno de los cuentos. Mi casa siempre estaba llena de marujas que iban a coser, yo quería aprender a coser para ganar dinero.” Siempre con la risa como cosa sería, Federico explica los detalles de ‘La Vieja’. En su obra cabe lo onírico: hay estados de ‘semivigilia’ y de fantasía pura pero no llega nunca al surrealismo.
Con elocuencia, pinta el escritor en ‘La Vieja’ la defensa de la memoria histórica. Con la pretensión de homenajear sus raíces Federico teje la historia de Cieza.