Pero la Navidad que tenemos ya a nuestro alcance tiene un aire raro. Más incluso que la pasada. En la pasada todos sabíamos lo que ocurría, aunque casi todos nos hicimos los olvidadizos para poder salvar la Navidad, lo que costó una cifra de contagios y de muertos cuyo monto no quiero recordar, pero que fue más que grave. Sin embargo la situación es hoy diferente. Hemos pasado ya casi dos años de pandemia, conocemos perfectamente el percal, aunque a veces no se note demasiado. Y la situación que vivimos en este momento se parece cada minuto más a lo que podríamos denominar pesadilla antes de Navidad.
En el momento en que escribo esta columna la situación sanitaria se está precipitando, hasta el punto de que las dudas comienzan a asaltar al personal y a quienes mandan. Se acercan las fechas más señaladas del año y las cosas empeoran por momentos. La gente tiene miedo, o al menos buena parte de quienes se sienten más responsables ante la pandemia. Otros no lo tienen, y eso que muchos de ellos ni siquiera están vacunados y niegan directamente la existencia de la enfermedad.
En fin, que la situación es muy, muy delicada. Se acercan días de reuniones, de volver a ver a familia y amigos, de celebraciones en grupo y en lugares cerrados; en resumen, del mejor caldo de cultivo para la extensión de la enfermedad. Y en esta ocasión estamos ya curados de espanto y sabemos lo que puede pasar. Aunque viendo las aglomeraciones humanas en las ciudades españolas durante los días festivos del pasado puente, muchos dudamos de que hayamos aprendido algo de lo que hemos tenido que sufrir desde marzo del año anterior. Sin embargo da la impresión de que demasiada gente ha caído en un estado de falsa seguridad tras el avance de la vacunación y la caída de contagios que le siguió.
No obstante, el miedo es libre. Y muchos estamos preocupados ante el estado de cosas actual. Sobre todo por lo que podemos encontrarnos a la vuelta de las fiestas. Y es que puede que la inmensa mayoría de los contagios que se producen en la actualidad lo sean entre personas no vacunadas y puede que precisamente ellas sean quienes vayan a llevarse la hipotética peor parte de un posible incremento de la pandemia. Es posible también que el incremento de vacunaciones entre los negacionistas por la presión social y gubernamental y la extensión de la vacunación a los niños eviten lo peor de las posibles consecuencias de la Navidad. Ojalá sea así y en enero la situación no sea tan mala como podemos temer.
Y por otro lado está la economía, que no es algo que se pueda obviar. Ya lo vimos el pasado año, cuando fue precisamente la economía la que llevó a una relajación navideña de las medidas de prevención. La economía, ciertamente, es de capital importancia. Pero más importantes son aún las vidas humanas. Porque, lamento decirlo pero es así, muchas de las personas que en estos días recorrían y abarrotaban las calles céntricas de las ciudades para contemplar la decoración navideña y hacer sus compras van a enfermar. Y algunas de ellas morirán. Esperemos que el mínimo número posible, pero pasará. Al igual que ocurrió el pasado año. No podemos ni debemos olvidarlo, porque nos veremos si no obligados a repetir en bucle los mismos errores. Y con las mismas consecuencias. Así que no estaría de más intentar que economía y salud ocupasen sus respectivos nichos y que, al mezclarse, ninguna de las dos anulase a la otra. Y sobre todo que nadie tuviese que lamentar la preponderancia de una sobre otra.
En fin, nadie sabe cómo será el futuro. Pero sí podemos hacer conjeturas sobre lo que puede ocurrir. Y deberíamos haber aprendido de lo que ya sucedió. Por ello, queridas lectoras, queridos lectores, os ruego que seáis prudentes, que valoréis la vida, la vuestra y la de los demás, por encima de cualquier otra consideración. Que disfrutéis de estas fiestas, de vuestras familias y amistades, y que dentro de un año podáis hacerlo de nuevo. Y a ser posible, sin la amenaza del coronavirus.
Feliz Navidad a todas y a todos.
