Desconectado. Esa es la palabra. No es que no tenga acceso a los medios de comunicación. Lo que no tengo es ganas de acceder a ellos. Estoy de vacaciones, con mi familia, y bajo ningún concepto deseo estropear la tranquilidad que me rodea.Y menos aún hacerme mala sangre con unas novedades que, corrígeme si me equivoco, son prácticamente siempre negativas.

Para ser sincero, sí que estuve al quite de una noticia: el sorteo de la lotería de Navidad. Cierto es que aunque me hubiese tocado el gordo no habría podido cumplir mi mayor sueño: retirarme y disfrutar del tiempo del que, de otra forma, no dispondría. Pero sí que un buen premio te arregla (y te alegra) la vida, aunque como es costumbre este no ha sido el caso.

Y el caso es que aquí estoy, desenganchándome de la actualidad, dejando que mis venas (y mis neuronas) se vacíen de últimas horas y noticias históricas, de esas que dentro de diez minutos se han olvidado. Y es que entre que la vida está muy acelerada, que las noticias llegan en cataratas y que los medios de comunicación no solo son ya instantáneos, sino que a veces se anticipan incluso a la propia noticia, la cuestión es que nos vemos bombardeados constantemente por primicias y exclusivas, por boletines especiales y conexiones en rabioso directo, por previos y post...

Y es un sinvivir. Máxime cundo vamos de crisis política en crisis política, de masacre en masacre, de terremoto en terremoto, de inundación en inundación. Y para aliñar la ensalada informativa, una crónica aplastante del postureo patrio que deja KO a los ya bastante perjudicados espíritus de los paisanos de este país. Aunque creo que en los demás pasa cuatro cuartas partes de lo mismo. Y así vivimos, constantemente anonadados por lo que leemos, vemos y oímos, con el espíritu sobrepasado por el tsunami informativo que nos engulle sin posibilidad de resistencia. Solo algunas mentes privilegiadas parecen resistir el constante bombardeo y pasean felices, sin zozobras ni temores. Y es que ellos tienen su secreto.

Y el secreto es muy sencillo: no enterarse de nada. Es decir, desconectar. Desenchufarse de la corriente general de información, la mayor parte de ella negativa, sesgada o sencillamente inútil, que nos lleva hacia quién sabe dónde. Algo realmente difícil, ya que el mundo es como es y resulta sumamente dificultoso romper el cordón umbilical que nos une a él. Por poneros un ejemplo, yo realmente sería incapaz de hacerlo por tiempo indefinido. Pero sí por un pequeño plazo, digamos que una semana o diez días. Y los resultados son magníficos, porque la tensión y el cabreo disminuyen, la tranquilidad te invade, el tiempo pasa más despacio y el mundo hasta parece de otro color.

Pues en ello estoy. Más bien acabando el proceso al escribir esto para vosotros y volviendo a la vorágine diaria, que todos tenemos nuestras obligaciones que no podemos dejar a un lado. Pero al menos en esta semana he conseguido no enterarme de casi nada. No sé si tenemos gobierno, si han echado a Trump, si Rosalía ha ganado más premios o si Cataluña se ha federado con Australia para escapar de España. Aunque dentro de cinco minutos me enteraré de todo, eso seguro. Tanto de lo que sea de mi interés como de lo que no.

Y entre tanto, queridas lectoras, queridos lectores, os aconsejo que si podéis hagáis alguna vez lo mismo. Y aprovecho la ocasión que me brindan el éter electrónico y Cieza en la Red para desearos el mejor de los años y toda la felicidad del mundo (y de la galaxia si es menester).

Sed felices. O al menos, intentadlo.