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Sabado, 20 de Abril del 2024
Sunday, 23 June 2019

España: harakiri demográfico

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Tino Mulas Tino Mulas

CLR/Tino Mulas.

Recuerdo cuando estudiaba en la universidad. Uno de mis profesores, joven por aquel entonces, nos decía en clase que su mujer y él no tenían hijos porque “prefería comer caviar a garbanzos”. No quería gastar su dinero en la crianza y educación de niños cuando podía dedicarlo a viajar y divertirse.

Puede parecer una actitud egoísta, pero es una actitud muy extendida hoy en día, causante en parte de la catástrofe demográfica que estamos viviendo en nuestro país. Sin embargo no es ni mucho menos la causa principal del desastre que está ocurriendo en España, que no es otra cosa que el derrumbe de la natalidad.

 

Vamos a ver, ¿cuáles son las causas de que las españolas y los españoles seamos los segundos que menos hijos tienen en el mundo, sólo por detrás de Japón? Y digo cuáles porque son múltiples. Para empezar, volvamos al principio: hoy en día las parejas tienden a intentar vivir la vida, a disfrutar en lo posible de su juventud. Una juventud que por cierto se alarga cada día más. Y para ello, naturalmente, se retrasan maternidad y paternidad hasta los cuarenta (o más) años. Y cuando llega el momento de ser padres no da tiempo a tener más de un hijo, si es que la pereza no puede con la pareja y renuncian hasta a tener incluso uno solo.

 

Pero yo diría que estos casos, aun siendo ciertamente numerosos, no son ni mucho menos el mayor obstáculo a la renovación demográfica y generacional (en cristiano, al nacimiento de bebés) en España. En mi modesta opinión y en la mucho menos modesta de los expertos en la materia el principal impedimento para que nazcan más niños en España es la imposibilidad económica de tenerlos. Los sueldos de los jóvenes en España son no ya ridículos, sino vergonzosamente bajos. Para conseguirlos hay que trabajar además jornadas interminables que doblan lo pactado en los contratos, y con ellos hay que pagar alquileres desproporcionados, quedando demasiado poco para hacer algo más que sobrevivir. Y los niños, supongo que vosotras/os ya lo sabéis, ni vienen de París ni con un pan debajo del brazo. Todo lo contrario: traen consigo una carretilla de facturas y gastos que en poco se convierten en un carretón y llegan a metamorfosearse en un tráiler de nosecuantas ruedas que llega hasta la adolescencia, la juventud, la madurez e incluso más allá. Y con un sueldo de menos de mil euros, o incluso con dos, es difícil poder permitirse semejantes dispendios.

 

Y supongamos que sí, que puedes permitírtelos porque los dos miembros de la pareja trabajáis. Incluso ganando un sueldo decentillo. Pero casualmente para conseguir esos sueldos hay que trabajar prácticamente trece horas diarias de lunes a sábado (y a veces hasta domingo). Lo que te deja poco, más bien ninguno, tiempo para cuidar a una niña. O a un niño. O a mellizos y gemelos. Y no digamos para educarlos.

 

La conciliación en España no existe. Pocos, muy pocos son los que pueden utilizarla para cuidar y educar a sus vástagos. Incluso en amplios colectivos del sector público, que debería dar ejemplo, la propia administración la hace imposible, como es el caso del sector educativo. Para redondear la faena no existe en España una verdadera red de apoyo a los padres: las guarderías son pocas y caras, siendo un auténtico milagro obtener una plaza gratuita para tu bebé en una guardería pública. Los apoyos y ayudas a las familias son auténticamente risibles, cuando no inexistentes. El tradicional recurso a los abuelos los penaliza y condena después de toda una vida de esfuerzo y sacrificio y cuando les llega el momento del merecido descanso. Y además se encuentra en decadencia, ya que la edad de jubilación se alarga cada año, mientras que muchos de los nuevos jubilados desean disfrutar de la vida y no están dispuestos a sacrificar sus años dorados sustituyendo a los padres de sus nietos, que no son otros que sus hijos.

 

En resumen: no hay dinero, ni ganas, ni tiempo. Y ocurre lo que ocurre, que no es ni más ni menos que el hecho de que la población española disminuye y envejece. Esto, que así dicho parece algo sin importancia, supone un auténtico desastre para el país, amenaza incluso su propia supervivencia. Si seguimos como hasta ahora, en poco tiempo habrá más jubilados que trabajadores, y estos serán absolutamente insuficientes para mantener a las personas que no trabajan. Aunque parezca increíble, no habrá tampoco trabajadores suficientes para cubrir las necesidades de la economía, que se derrumbará por falta de mano de obra y por la caída de la demanda. Al mismo tiempo los gastos de atención a las personas mayores y los sociales se dispararán por el envejecimiento de la población. Ese mismo envejecimiento provocará el anquilosamiento social y la falta de dinamismo, ya que está demostrado que cuanto más vieja es una población más conservadora y menos dinámica se vuelve. Hará falta importar millones de trabajadores si quiere mantenerse la actividad económica, y ni siquiera esta inmigración masiva sería solución suficiente para evitar el desastre a corto plazo.

 

¿Qué se puede hacer? Pues muchas cosas. De hecho no somos el primer país que sufre este problema. Décadas atrás estados como Alemania o Francia padecieron el envejecimiento acelerado de sus poblaciones y sintieron en sus carnes el peligro que acecha ahora a España. Pero mientras que en nuestro país la amenaza demográfica tan sólo suscita titulares de prensa o de televisión y palabras vacías de nuestros políticos, nuestros vecinos tomaron conciencia del problema y desplegaron toda una panoplia de medidas que pueden resumirse en dos: apoyos económicos a la maternidad y creación de una red pública de ayudas a los padres que les permitiesen conciliar la vida laboral con la familiar. Los resultados, aunque dispares, han sido en general positivos, alejando el fantasma del derrumbe demográfico que afecta hoy en día a España.

 

Pero hay una cierta diferencia entre ellos y nosotros: ellos han tenido y tienen políticos responsables que actúan no sólo en función de sus intereses electorales a corto plazo, sino también teniendo en cuenta lo que su país necesita a medio y largo. Nosotros…, bueno, creo que no hace falta que os diga lo que tenemos nosotros.

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