O el pobre desgraciado Perico Quisquillas, Perico de la Cruz, con su cruz de guiñol, que no trabaja, porque tiene una cruz de sube y baja, hazmerreír finalmente de propios y ajenos en su simplicidad de ingenuo bobo de pueblo; lugares mágicos como el despoblado islámico de Medina Siyasa, lleno de eso mismo, de magia, tragedia, desarraigo y poesía, o el no menos mágico Balcón del Muro al caer la tarde, con el sol poniente convertido en ascua de oro, ocultándose tras la Atalaya, a veces entre jirones de nubes encendidas de sangre, en inigualable paisaje recreado y patrimonio inmaterial y recurrente del que cualquiera de nosotros puede aún seguir disfrutando hoy día, por suerte; el río-símbolo de la vida para siempre desde Manrique- que marca en su descenso permanente el signo y discurrir de nuestras vidas, y que- como tantas otras cosas- también nos lo quisieron arrebatar en algún momento histórico reciente; el paraíso, afortunadamente no perdido, del cañón de Almadenes, y algunas de nuestras referencias más contemporáneas, aunque ya relegadas al recuerdo y la memoria, entre gozosa y sufriente (más lo segundo que lo primero) de la Cieza espartera, cuya huella indeleble se grabó para siempre en el ADN y en las manos-cual si fuera a fuego- de muchachas ciezanas en los mazos y muchachos ciezanos en las ruedas; o el viaje final de un inverosímil y romántico trenecillo llamado Chicharra, que sólo podía ser español y ciezano, que poco tuvo que ver nunca con el Oriente Express, y que a mí me llevó una vez en incierto tiempo de hace milenta años hasta el apeadero rural de la Corredera donde la familia de mi madre trabajaba de mediera como parte currante y contribuyente al mejor vivir del ocioso señorito propietario, y que, como cabía esperar, acabó desapareciendo, arruinado, como todo en este país, por la falta de fe y sentido histórico de políticos con poco seso en la sesera; como arruinada y perdida para los ciezanos acabó también la extraordinaria biblioteca de Don Antonio Pérez Gómez, que llegó a ser etiquetado como el mejor editor del mundo, en la calle del Cid, y de la que sólo queda un pequeño vestigio en el Museo Siyasa.
O la aventura arriesgada del estraperlista solitario en bicicleta (a los ciezanos les ha atraído siempre el bucanerismo anárquico del atracador, o la máscara de cada esquina en carnavales, no tanto las comparsas, colectivos y grupos, que aquí son invento reciente), como única alternativa de supervivencia para muchos en miserables y dolorosos tiempos de postguerra; o la maravilla literaria del gato que está triste y azul, romántico y maravilloso relato –Roberto Carlos al fondo- sobre una noche de feria loca y desbocada del ciezanismo más gamberro, entreverada de alcohol, sexo, guateque cutre final años setenta, el artista de la cerveza Chan, e irónico, descacharrante y paleto desengaño final.
Un contenido variado, diverso, emocionante, divertido (suscitador de la honda sonrisa comprensiva y agridulce), lleno de intención y de ternura, sentido del humor y del amor con un protagonista indiscutible que sale del corazón y las entrañas: Cieza, los ciezanos y ciezanas y lo ciezano. Y siempre los guiños literarios a la mejor literatura, incluida la novela negra, entreverada guasonamente con el mejor Machado “Soy un detective de medio pelo, aun así no me gano mal la vida. A mi trabajo acudo y con mi dinero pago los vaqueros que llevo puestos, las cañas que me tomo, el piso en que vivo y la cama donde duermo. Un detective al que han americanizado el nombre y llaman Bart. (Abreviación de Bartholomew, qué casualidad) Bart Carteya, para más señas. Además, fumo Chester sin boquilla (ya no…) bebo gin-tonics de Focking (ya tampoco…) y, si se tercia, a falta de un sir Conan Doyle que lo haga por mí, escribo mis propias historias. (Sí, aunque no tan buenas como las de un excolega que se llama Antonio Balsalobre). Pero en esta ocasión no he venido a hablar de mí, (evidentemente) sino de la rubia (su hermosísimo libro). De la rubia de los ojos de almendra. La del cuerpo de ensueño y la mirada que encandila. O sea, de Marta”, si bien esa es otra historia y para conocerla al completo y a fondo tendrán que leerse el libro.
¡Ah! Las plumillas que ilustran la obra, magníficas, son del artista ciezano total Antonio Moreno Marín.