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Jueves, 18 de Abril del 2024
Friday, 20 December 2019

El Viaje a Ninguna Parte. Pecado…de Amor (“Memorias de un misionero enamorado”, nuevo libro de Editorial Alfaqueque)

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CLR/Bartolomé Marcos.

Una cita clásica en prensa dice así: «periodismo es aquello que alguien no quiere que se publique. El resto son relaciones públicas».

Pues bien, este libro, que se presentaba en el Aula de Cultura de CajaMurcia en Cieza el lunes, 16 de Diciembre, es -a la manera del famoso “Yo acuso” de Émile Zola- crónica periodística, circunstanciada, realista y (lo que es más importante) real, de una vida dilatada de lucha perseverante y tenaz de la que muchos tienen ya noticia y sobre la que unos cuantos no querrían tenerla, ni noticia ni recordatorios de ninguna clase.

 

Se trata de un libro único y lleno de valor y de valores, el primero el del editor, Fernando Fernández Villa, al atreverse a publicarlo, segundo el de su autor, José Antonio Fernández Martínez, al atreverse a escribirlo, aunque estoy convencido de que, en su caso, era realmente una necesidad primaria hacerlo; y en tercer lugar, no el valor sino los valores de todo tipo (cristianos y, sobre todo, humanos) que el libro encierra: la fe, la esperanza, la caridad, la perseverancia, el tesón, la entrega, la capacidad de sacrificio, la reciedumbre, la hombría, la generosidad, el altruismo y, por encima de cualesquiera otros, la arrolladora fuerza, imparable, del amor, divino y humano. La de José Antonio siempre ha sido, a lo largo de toda su vida, auténtica locura de amor. Su mayor y casi único pecado (si pecado hubiere de ser y no virtud), habría sido, en todo caso, pecado de amor, de desproporción y desmesura en la pasión o de abrasarse en la llama, ahíto de amor, hasta la consumición y la consumación más absolutas.

 

Más allá o más acá de cualesquiera otras consideraciones, este libro deja constancia de una vocación misionera irrenunciable al servicio de la cual se puso una firme e incontrovertible voluntad de secundar fielmente el llamamiento y responder a él con fe, firmeza, lealtad y entrega. Quizá – como en el caso del Cid Campeador (¿cuántas batallas y durante cuánto tiempo, no habrá lidiado José Antonio?) “Dios qué buen vassallo si oviesse buen señor”- quizá (iba a decir) falló el señor, porque el vasallo cumplió siempre. Pero los Roca Cabanellas, o los Ureña, ni siquiera los Azagra, o Lorca Planes, no fueron en realidad buenos señores. Demasiado mangoneo, demasiado mamoneo, demasiada pusilanimidad, demasiada diplomacia vaticanista hecha tantas veces de insidias y doblez. Sólo el Señor fue buen señor. Y de eso queda constancia en las memorias con las que ajusta cuentas con la vida el autor de la obra, cura íntegro, de una pieza, e insobornable y cabal ser humano.

 

José Antonio Fernández Martínez siempre ha sido misionero porque ha querido serlo y hay que decir que, al cabo de los años, este libro, que acredita su azarosa e intensa trayectoria en tierras de misión, deja constancia de la fecunda labor realizada. “Memorias de un misionero enamorado” es un libro de amor, de odio, de acción, de peripecia y aventuras en la selva amazónica, y de – tantas veces penosa, y dolorosa- aventura interior, de lucha contra sí mismo y contra el mundo. Una novela romántica documentada y realista, intensa, verdadera y real como la vida misma, aunque, como antes solía expresarse en hojitas parroquiales de censura de espectáculos y películas, sin pornografía alguna, sin explicitudes innecesarias, ni defectos de forma. No hacían falta, no hacen falta. Aquí no hay morbo. Como puro, limpio y directo testimonio de vida, el libro de José Antonio Fernández Martínez ya se vende sobradamente bien.

 

Pero no puedo ni debo terminar estas palabras previas a que entren ustedes de lleno, como lectores si es su decisión, en la peripecia vital apasionante de este Jeremy Irons de secano (“La Misión”), sin hacer mención explícita, por encima de todo y de todos, en su radical prudencia y discreción, a Ella, sola, majestuosa, plena en sí misma, la Diosa, Ella cuyo nombre no puede ser pronunciado, que flotaba en el abismo de la oscuridad exterior, antes del comienzo de todas las cosas. Y que cuando miró en el espejo curvado del espacio negro, Ella vio su propio reflejo radiante y se enamoró de él. Lo hizo aparecer mediante el poder que estaba en Ella e hizo el amor consigo misma, y la llamó "Miria, la Maravillosa", más poderosa que el mismo Dios. La Diosa se llenó de amor, se hinchó de amor, y dio a luz a una lluvia de espíritus brillantes: José Antonio, Faustina, Manuela de la Ascensión, Miriam de Jesús, Vicente Alejandro, que llenaron los mundos y se convirtieron en todos los seres. Y es que todo empezó con el amor y todo busca volver al amor. El amor es la ley, maestro de la sabiduría y gran revelador de misterios. “¿Creyente yo? ´se preguntaba retóricamente Calixto en “La Celestina”, para responderse rotundo: en Melibea creo, a Melibea adoro, por y para Melibea existo, Melibeo (Manolito) soy”…*

 

• La Diosa, en este caso, se llama “Manolita”.

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