Y no me importa que el gobierno que lo ha realizado sea de uno u otro partido político. No se trata de ser de derechas, de centro o de izquierdas. Se trata de ser personas, de tener un mínimo de humanidad en nuestras venas. Aunque me da la impresión de que esto, que debería ser la regla entre nosotros los humanos, es más bien la excepción.
Hace unos días el gobierno italiano, en manos de una alianza populista-racista, negaba a un barco con más de seiscientos migrantes a bordo y en una situación límite el desembarco en su país. Un ¿elemento? ¿personaje? que parece ser ministro del interior y que se declara racista convencido (quizás no tanto por sus palabras, pero sí desde luego por sus hechos) decidió que, tal y como había prometido en la campaña electoral, Italia no iba a recibir más inmigrantes que no fuesen blancos, rubios y ricos. Daba igual que estuviesen en alta mar y al borde de la muerte. No es no, y se acabó eso de acoger a quienes huyen de la guerra, del hambre, de la represión… sobre todo si eres negro, o moro, o asiático, o cualquier otra etnia que no se la blanca y del norte, que su partido, la Liga Norte, tiene a bien hasta rechazar a los italianos del sur. Aunque no nos espantemos, que también en España tenemos casos parecidos en algunas comunidades que no nombraré pero que todo el mundo conoce.
Pues bien. Aquí tenemos un barco sobreocupado y sin suministros que no puede desembarcar a sus pasajeros, todos ellos rescatados de situaciones desesperadas en alta mar y entre los que hay muchos niños y muchas mujeres. Parece la clásica situación que en los últimos años es tan habitual y que los egoístas países europeos dejan pudrirse sin hacer nada pero, eso sí, hablando mucho. Y de repente, sin que nadie lo esperara, el gobierno español declara que acoge a los refugiados del Aquarius (que así se llama el barco) y, para decirlo en lenguaje llano, que se vengan para acá.
Las reacciones a tal decisión no se hacen esperar. Italia declara su victoria en el caso. Los demás países le afean su conducta y elogian la de España, por lo que el personaje del que antes hablamos acusa a todo el mundo de ser peor que ellos y llega a decir que los españoles repelemos a tiros a los inmigrantes en Ceuta y Melilla, lo cual es radicalmente falso. Y no es que seamos monjitas de la caridad, pero eso no es verdad. E incluso en España hay quien dice que no podemos hacer eso, no podemos salvar a gente en situación extrema, y cimientan sus afirmaciones en que estamos creando un efecto llamada. Aunque quizás quienes esto dicen quieren decir en realidad que se trata de negros, moros, asiáticos y, sobre todo, pobres.
Pero a veces la humanidad de los seres humanos sale a la luz. E inmediatamente multitud de municipios y de comunidades autónomas, algunos y algunas gobernados por los mismos partidos que a nivel nacional critican la decisión del gobierno, se ponen a disposición de los inmigrantes para acogerlos y cuidar de ellos mientras resuelven su situación legal. Y es entonces cuando la solidaridad de las personas comunes y de las instituciones de menor nivel sale a la luz, cuando uno se siente orgulloso de su país y de sus conciudadanos. Aunque circulen por la red seudoencuestas en las que se pregunta a la gente si está de acuerdo con recibir a estas personas en nuestro país, que en realidad son espejos del racismo que existe también en España.
Parece que cuanto más tenemos menos solidarios somos. Antaño, cuando apenas disponíamos de lo justo para comer y malvivir, ayudábamos mucho más que hoy a quienes lo necesitaban. No olvidemos tampoco que millones de españoles tuvieron que dejar España y emigrar a nuestros vecinos más ricos, donde nadie les cerró las fronteras. Seguro que muchos de los que hoy se muestran tan poco solidarios tienen familiares o amigos que se encontraron en esta situación. Pero o lo olvidan o quieren olvidarlo. Y atacan a los que sí desean ayudar con el tradicional latiguillo de “por qué no los metes en tu casa”. Y saben que no es más que demagogia sin sentido, porque a ellos tampoco les han metido a nadie en la suya. Porque no se trata de eso. Ni tampoco de convertirse en la puerta de entrada a Europa para la inmigración ilegal. Se trata únicamente de salvar a personas que están en peligro, de ayudar a quienes lo necesitan, de dejar por un momento el egoísmo y convertirnos de nuevo en lo que deberíamos ser: seres humanos con humanidad en sus venas.
En resumen: a veces pasan cosas que afianzan nuestra maltrecha fe en nosotros mismos, los seres humanos.