A la vuelta, comprar porras. Llegar a casa. Hacer café. Porras con café, momento mágico. Salir a comprar. Rápido, luego hará calor. Otra vez en casa. Un vaso de agua, un melocotón. A la ducha.

Leer el periódico. Despacio. Ver cómo pasa la mañana. No hacer nada. O hacer todo. Tomar el aperitivo. Una cerveza, dos, tres. Ensaladilla. Olivas. Tápenas y tallos. Hace calor. Otra cerveza.

Comer. Ligero, si puede ser. Un gazpacho, un salmorejo. Un arroz, si puede ser. Fruta. ¿Un helado? Un helado, si puede ser. Café. Una copita. Sí, puede ser.

Siesta. Bendita y sagrada siesta, al amor del aire acondicionado. Despertar lento. No hay prisa. Calor.

Sombra. Ventanas cerradas, persianas bajadas. Mucho calor. Esperar a más tarde. Otra pieza de fruta. Agua, omnipresente y salvadora. Dejar que pase la tarde.

Demasiado tiempo encerrados. Ir a darse un baño, elige piscina o río. O si no, salir a tomar un helado, no faltan heladerías. La gente en la calle, con el sol bajo, ahora que se puede respirar. ¡Qué calor ha hecho! Todos lo dicen. Sentarse en una terraza. Helados, granizados, café con hielo. Cerveza muy, muy fría. Paseo por el Paseo. Ver y ser visto. Niños corriendo, abuelos mirando, adolescentes en grupo riendo y chillando, madres con bebés. Gente a lo suyo, a sus cosas.

Se acaba la tarde. Hay que pensar en cenar. Cena, como la comida, ligera. Una ensalada, una tortilla francesa, un poco de embutido. O cenar en un bar. Tomar una cerveza, se dice, pero ¿qué es una cerveza sin unos caracoles, sin sepia a la plancha, sin ensaladilla, sin magra y tocino? Vuelta a casa. Otra ducha. La noche se presenta larga, cálida. ¿Por qué no salir?.

Vuelta a la calle. El aire está más fresco. Gente en las terrazas, que están llenas. Parece que no se han movido desde la tarde. ¿Te apetece un helado? ¿Una horchata? Tomar un helado. Tomar una horchata. Encontrar primero sitio en las atestadas terrazas. Conseguir que te atiendan, esperar a que te sirvan. Degustar el manjar, charlar, mirar, disfrutar del aire fresco de la noche. Vivir.

Pasear un poco. De vuelta en casa. Ventanas abiertas de par en par, persianas escondidas en sus madrigueras, corrientes de aire que se agradecen y que prometen, tal vez, una noche tranquila, de sueño casi, casi, continuado. Y si no, el aire acondicionado.

Y por la mañana, vuelta a empezar.

Llega el fin de semana. El campo abre sus puertas. Las calles están casi vacías. La gente se va a sus casas en sus parcelas. Cervezas frías y refrescos amenizan la espera hasta la comida, hasta la cena. Asar carne y verduras, sangría como néctar vivificante. La tortilla de patatas no debe faltar, ni la ensalada murciana. Dar un meneo a la huerta, a ver qué se puede coger ya. Regar, quizá. Y charlar y charlar, hablar de esto y aquello, recordar y anticipar. Ver, como no se puede hacer en el pueblo, el manto de estrellas que tachona el cielo. Oír a los grillos cantar, abanicados por la brisa fresca de la noche, siempre más fresca y más brisa en el campo.

Calor. Tiempo lento, casi detenido, día tras día, noche tras noche, hasta que llegue la Feria. Como debe ser.

Es agosto en Cieza.