Como todas las mañanas, Panayot y Danaiko se citan para hacer música. Vecinos búlgaros que vienen de muchos sitios; han estado buscando su lugar y aquí lo han encontrado. Panayot, decidido, se atreve a contar su historia: “Huíamos de la crisis en Bulgaria y la hemos vuelto a encontrar en España”. Vino con su mujer, de la que se confiesa aún enamorado, a pesar de su muerte. Empezó como tornero, su profesión de toda la vida, pero el trabajo se acabó pronto; desde que llegó ha estado buscándose la vida, ha trabajado en el campo y en cualquier cosa “para sobrevivir”. Aprendió español por necesidad, la misma necesidad que lo invita a hacer frente todos los días a los más de 47 kilómetros que separan su lugar de residencia, Cehegín, de su lugar de trabajo.
Danaiko, más tímido, prefiere que sea Panayot, el guitarrista, el que hable de él: “Danaiko tocaba en todas partes, estuvo 8 años en Barcelona, también en Mallorca, vive la vida de músico.” Con una sonrisa orgullosa exclama que su compañero es un virtuoso: “Es muy bueno, lo que escucha lo toca, todo de oído”. Danaiko tampoco reside en Cieza, todas las mañanas se prepara temprano y se almuerza la carretera para llegar a “su lugar de tranquilidad”. Van a seguir así, les gusta su forma de vida. No tienen otros planes de futuro. La única idea que ronda entre sus arpegios y cadencias es seguir viniendo todos los días. Solo dura un momento la coincidencia entre su música y el rumbo habitual de los ciudadanos. Un momento dulce.