Escribo esta columna el jueves 13 de enero por la tarde. Conozco ya, por tanto, los últimos datos de la pandemia en la ciudad. Y son más que negativos. En esta fecha los casos activos de coronavirus han alcanzado los 1018. Es decir, uno de cada 34 habitantes de Cieza padece ahora mismo la enfermedad. En cuanto a la incidencia, llega a 2695,3 por cada 100000 habitantes en siete días y 4599,9 en catorce. Para que os hagáis una idea: de seguir así en aproximadamente seis meses todos los habitantes de Cieza habremos sido contagiados.
¿Os extraña? A mí, por lo menos, no. Y supongo que a muchos de vosotros y vosotras, tampoco. No hay más que pasear por las calles de Cieza para darse cuenta de que quienes toman precauciones, quienes llevan la mascarilla correctamente y guardan las distancias de seguridad, son de día en día más minoritarios. Por no hablar de lo que pasará en hogares y lugares cerrados. Si a ello le sumamos la altísima capacidad de contagio de esta variante ómicron que padecemos, es fácil comprender lo que está ocurriendo.
Se veía venir. Otra vez las navidades han significado un deterioro evidente de las medidas de profilaxis y prevención, a pesar de que muchas personas aprendieron tras las navidades de 2020 lo que podía significar bajar la guardia. Y se nota. Los 1018 enfermos que tenemos hoy en Cieza (mañana, sin duda, serán más) constituyen no solo un récord que lamentablemente será pronto pulverizado, sino la evidencia incontestable de que no hemos hecho bien las cosas. Y dado que día tras día se baten récords, no se puede decir que las cifras de ayer, o de mañana, sean casuales. La tendencia es al alza, con una pendiente casi vertical que no augura nada bueno.
Muchos me diréis: esta variante será muy contagiosa, sí, pero también es mucho menos virulenta que las anteriores. Es relativamente cierto. Todo parece indicar, hasta ahora, que la variante ómicron se concentra en las vías altas del sistema respiratorio y que causa menos daños y muertes que las anteriores. Pero ¡cuidado! Todavía no tenemos datos ni estudios suficientes para afirmar con seguridad que la última variante es menos peligrosa. De hecho sigue muriendo gente. Y su altísima capacidad de contagio está causando dos graves problemas que pueden dar al traste con la recuperación, tanto sanitaria como económica. La primera de ellas es el colapso de los sistemas sanitarios. Porque aunque sea menos virulenta el contagio de la variante ómicron es muchísimo más numeroso, lo que hace que al final haya tantas o más personas que necesiten cuidados médicos especiales y se encuentren en verdadero peligro vital.
La segunda deriva precisamente de esta altísima capacidad de contagio, y es el tremendo impacto que está causando en todos los sectores de la economía, que es mucho más visible entre quienes tienen la misión de servir a la población en la sanidad, la educación y otros sectores vitales. Hay tantos contagios que, literalmente, faltan médicas, enfermeros, profesores, maestras, conductores de medios de transporte y muchos otros trabajadores esenciales. Hasta tal punto es grave la situación que hay riesgo cierto de derrumbe de los sistemas de atención sociosanitaria. Ocurre lo mismo en prácticamente todos los sectores económicos, con el consiguiente peligro de parálisis.
La respuesta de las autoridades ha sido bastante tibia, hasta tal punto que parece incluso que se está primando la economía por encima de la salud. Por ejemplo, ha disminuido el tiempo que se puede estar en cuarentena y, por tanto, de baja, si se está afectado por la enfermedad. Se ha acelerado la vacunación y ampliado de forma significativa los intervalos de edad que van a recibir la tercera dosis de la vacuna. Además los gobiernos, a pesar de las advertencias de los científicos, parecen inclinarse progresivamente por tratar el coronavirus como una enfermedad endémica, como una gripe estacional; a normalizar la enfermedad, por así decirlo, o a integrarla como algo habitual en nuestra vida diaria. Solo que la COVID-19, aunque sea en esta variante menos agresiva, sigue siendo mortal en muchos más casos que en una gripe tradicional.
En fin, que esto parece que no se acaba nunca. Aunque muchos científicos advierten de que la enfermedad sigue el curso previsto, perdiendo virulencia progresivamente, resulta desesperante que tras dos años de pandemia todavía estemos en esta situación. Pero seamos optimistas bien informados y hagamos caso a quienes saben del tema.
Y a lo mejor, en un plazo razonable, las aguas vuelven a su cauce. También aquí, en Cieza.